La alegre cigarra se pasó todo el verano tocando el acordeón y arrancando notas a su viejo violín. “No hay nada como la música”, se decía mientras marcaba el ritmo con sus patas. A menudo, veía pasar a las hormigas en hilera, cargadas con trozos de hojas y granos de cereal, y se burlaba:
- ¡Mira que llegáis a ser tontas! –les decía-. ¡Con el calor que hace y no se os ocurre nada mejor que trabajar como esclavas! Venga, chicas, marcaos un baile, que el verano está hecho para cantar y menear la cintura. ¡Ya pensaremos en almacenar comida cuando caiga el primer copo de nieve!
Pero cuando los días se acortaron y cayó la primera nevada, la alegre violinista no encontró nada que llevarse a la boca. Temblando de frío, se asomó al hormiguero para pedir caridad.
- Por favor, amigas mías –les suplicó a las hormigas-, ¿por qué no me dais un granito de trigo o un tallito, por pequeño que sea? A vosotras os sobran las provisiones y yo, en cambio, tengo tanta hambre que ya no puedo ni cantar.
- ¿Estás de broma? –respondieron las hormigas con desdén-. Nosotras nos pasamos el verano trabajando para que no nos faltaran víveres durante el invierno, y tú, mientras tanto, te dedicabas a cantar al son de tu acordeón. << ¡Mira que llegáis a ser tontas!>>, nos decías. << ¡El verano está hecho para cantar y bailar!>>. Pues ahora ya sabes lo que tienes que hacer: ¡cantar y bailar sobre la nieve!
No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.