
Todos los días, un pobre pastor mandaba a su hijo que llevara las ovejas a pacer.
- Ya sabes que tenemos muy pocas ovejas –le decía- y que no podemos perder ni una, así que vigílalas con los cinco sentidos. Y si ves al lobo, grita tan fuerte como puedas, y el pueblo entero acudirá en tu ayuda.
El pastorcillo se pasaba los días tumbado sobre la hierba del prado mientras las ovejas pacían.
<< ¡Esto es aburridísimo!>>, se decía. << ¡Ojalá apareciese el lobo! ¡Así al menos me distraería un poco!>>.
Un buen día se le ocurrió una idea para entretenerse. Se puso de pie y comenzó a gritar desesperado:
- ¡Que viene el lobo, que viene el lobo!
Al oír los gritos, el pastor, el lechero y el panadero cogieron unos garrotes y echaron a correr hacia el prado. Cuando llegaron junto al pastorcillo, no podían con su alma.
- ¿Dónde está el lobo? –le preguntaron.
- ¡Aquí no hay ningún lobo! –respondió el chico, partiéndose de risa al verlos tan asustados-. ¡No era más que una broma!
- Escúchame, mocoso –le reprendió el panadero-: tenemos cosas más importantes que hacer que venir corriendo hasta aquí para que nos tomes el pelo. Que sea la última vez que bromeas con cosas tan serias.
El muchacho parecía haber aprendido la lección, y aquella noche le prometió a su padre que nunca más volvería a mentir. Pero unos días más tarde, cuando estaba vigilando las ovejas, se acordó de lo mucho que se había divertido engañando a los aldeanos, y volvió a gritar:
- ¡Que viene el lobo, que viene el lobo!
Alarmados, los aldeanos abandonaron sus labores y corrieron hacia el prado armados con horcas, palos y garrotes. Pero no vieron el lobo por ningún lado.
- ¿Te parece gracioso, verdad? –le recriminaron al pastorcillo.
- Os juro que esta vez sí he visto al lobo –insistió el muchacho-, pero ha salido corriendo al oíros.
Como los aldeanos ya estaban escarmentados, nadie se creyó aquella excusa.
- ¡Ese chiquillo es un desvergonzado! –refunfuñaba el lechero de regreso a casa.
Al día siguiente, el pastorcillo llevó de nuevo sus ovejas al prado, y apenas se tumbó en la hierba, descubrió una oscura figura de ojos relucientes que acechaba al rebaño desde lo más sombrío del bosque.
- ¡Que viene el lobo, que viene el lobo!
Pero esta vez nadie acudió.
El lobo se abalanzó sobre una de las ovejas, la apresó por el cuello con sus poderosos colmillos y la devoró en un abrir y cerrar de ojos.
Nadie cree a un mentiroso