Un cuento en diapositivas: PATUFET

Mis ilustraciones de cuentos

Cuelgo aquí una colección de ilustraciones de mis cuentos favoritos.

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La oca de los huevos de oro


Un pobre granjero tenía la costumbre de acoger en su corral a todas las aves que llegaban extraviadas a su granja. Un día apareció entre sus gallinas una oca de plumas muy blancas, y el granjero le dio de comer como al resto de sus animales. A la mañana siguiente, cuando se acercó al corral para dar de comer a la oca, se quedó al corral para dar de comer a la oca, se quedó de piedra al descubrir en su nido de paja un reluciente huevo de oro macizo. El granjero comenzó a dar saltos de alegría.

- ¡Somos ricos! –exclamó, abrazándose a su mujer.

Durante meses, la oca puso un huevo de oro todos los días, y cada mañana el granjero y su esposa bendecía su buena suerte. La pareja empezó a llevar una vida de lujo y despilfarro. Comían lo que les venía en gana, se vestían con prendas muy caras y derrochaban el dinero en toda clase de caprichos.

Pero, aunque eran más ricos de lo que jamás habían soñando, nunca estaban contentos del todo.

- Con un huevo de oro al día no tenemos suficiente –se quejaba el granjero.

Entonces su mujer tuvo una idea.

- ¡Ya está! –exclamó-. ¡Si abrimos a la oca en canal, conseguiremos todos los huevos de una vez!

Así que fueron al corral en busca de la oca y la destriparon, pero en su interior no encontraron huevo alguno.

- ¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho? –dijo la mujer del granjero, echándose a llorar.

Desde aquel día se acabaron los vestidos de seda y los cubiertos de plata. Como habían derrochado todo su dinero, los granjeros volvieron a pasar penalidades. Y todas las mañanas, al levantarse, se les oía suspirar:

- ¡Ay, si no hubiésemos matada a la oca de los huevos de oro!

Quien todo lo quiere, todo lo pierde.

La cola del pavo real

Hubo un tiempo en que los pavos reales podían volar más alto que cualquier otro pájaro. Un día, después de remontarse por los aires hasta casi tocar las nubes, el pavo real descendió suavemente, se posó a la orilla de un estanque de aguas plácidas y contempló su imagen reflejaba en el agua.

“ ¡Qué feo que soy!”, se dijo, descontento con el color pardo y el tono apagado de su plumaje. “Daría cualquier cosa por que mis plumas tuviesen pintas rojas y brillasen con hermosos reflejos dorados”.

Y aquella noche se durmió lamentándose de su aspecto vulgar.

Cuando el pavo real despertó el día siguiente, comprobó que sus plumas marrones habían cobrado un brillante color irisado en el que el azul marino se mezclaba con el verde esmeralda, el púrpura y el turquesa. Pero lo que más le maravilló fue su larga cola, que podía desplegar como el abanico de su emperador.

Fascinado por su nueva apariencia, el pavo real comenzó a pasearse por el bosque y a presumir de su belleza:

- ¡Mirad qué hermoso es mi plumaje! –les decía a todos los animales con los que se cruzaba-. ¡Vamos, salid todos a verme! ¡Voy a volar por encima de los árboles para que todos podáis admirar la belleza de mis plumas!

Entonces el pavo real desplegó sus alas, pero, cuando intentó elevarse, descubrió que el peso de su larga cola le impedía alzar el vuelo.

Desde la rama de un abedul, un gorrioncillo de plumas marrones vio los esfuerzos inútiles del pavo real y le dijo:

- ¿No querías tener las alas más bonitas del mundo? Pues ahora ya las tienes. Pero, con la mano en el corazón, ¿de verdad merecía la pena pagar por ellas un precio tan alto?

Antes de que el pavo real pudiera replicar, el gorrión alzó el vuelo y se perdió en el aire.

La vanidad se paga cara.

Las cuentas de la lechera

Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba hacia su casa soñando despierta. “Como esta leche es muy buena”, se decía, “dará mucha nata. Batiré muy bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa, que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré un canasto de huevos y, en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos, que se pasarán el verano piando en el corral. Cuando empiecen a crecer, los venderé a muy buen precio, y con el dinero que saque me compraré un vestido nuevo de color verde, con tiras bordadas y un gran lazo en la cintura. Cuando lo vean, todas las chicas del pueblo se morirán de envidia. Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y seguro que el hijo del molinero querrá bailar conmigo al verme tan guapa. Pero yo no voy a decirle que sí de buenas a primeras. Esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré que no con la cabeza. Eso es, le diré que no: ¡así!”.

La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el cubo de leche cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco. Así que la lechera se quedó sin nada: sin vestido, sin pollitos, sin huevos, sin mantequilla, sin nata y, sobre todo, sin leche: sin la blanca leche que le había incitado a soñar.

No hagas castillos en el aire.